Comunicación eficaz

15. La gestión emocional

Una vez definidos los conceptos de emoción y motivación y como nos afectan en la vida cotidiana vamos a profundizar en las técnicas que nos pueden ayudar a mejorar nuestra gestión emocional.

El primer paso para alcanzar una gestión emocional funcional y adaptativa, enfocada en el logro de nuestros objetivos, consiste en aprender a identificar nuestras propias emociones y ponerles nombre. En muchas ocasiones nos encontramos que sentimos algo positivo o negativo pero no sabemos muy bien de qué se trata y simplemente actuamos impulsivamente en función de esa valencia.

Es imprescindible comprender que cada emoción es diferente y que podemos diferenciarlas haciendo una introspección sobre qué es lo que sentimos y cual es la causa de ese sentimiento (por ejemplo, cuando sientes un malestar inespecífico que te impulsa a actuar de malas maneras, distinguir si se trata de tristeza, enfado, miedo u otra emoción negativa y asociarla a la memoria o la situación que la ha generado para actuar en consecuencia y no ir comportándonos de manera confusa o incoherente).

Identificar emociones no es fácil en un inicio, sin embargo cuenta con la ventaja de que se trata de un aprendizaje más y que mejora con el mero hecho de repetir este acto de conciencia sobre lo que sentimos. Poner nombre a nuestras emociones genera que sea más fácil este aprendizaje ya que somos seres que basan su razonamiento y memoria en el lenguaje, que es el que nos facilita la gestión cognitiva de nuestros comportamientos.

El segundo paso para una adecuada gestión emocional pasa por aprender a asociar nuestras emociones con sucesos concretos (personas, lugares, momentos, recuerdos, etc.) de manera que identificamos huellas de memorias específicas con emociones específicas, evitando confusiones o malentendidos con uno mismo y con los demás. Aunque no siempre vamos a encontrar la causa de una emoción (a veces nos sentimos de una manera y no sabemos por qué y, a pesar de intentar encontrar su origen, no lo conseguimos) es importante al menos intentarlo el máximo de veces posible.

El tercer paso para una adecuada gestión emocional consiste en comunicar a las personas de nuestro alrededor la emoción que estamos sintiendo y la causa (si la sabemos), facilitando el entendimiento, la comprensión y la empatía para con nuestra conducta. Es vital cambiar el foco de la comunicación de lo que hace o dice la otra persona a la emoción que nos hace sentir, desculpabilizando y no juzgando los actos de los demás en función de las emociones que nosotros sentimos al respecto (por ejemplo, nos sentimos enfadados por algo que ha dicho alguien y le transmitimos que aquello que ha dicho nos hace sentir mal, cambiando el foco de lo que ha dicho a lo que sentimos, evitando que pueda sentirse culpable de nuestras emociones).

El cuarto paso para la gestión eficaz de las emociones consiste básicamente en aceptarnos como personas “sintientes”, esto es, que sentir emociones es natural y que no es malo en sí mismo, todo lo contrario: es extraordinario y fabuloso poder percibir la magnitud de las emociones en todo su esplendor (tanto las positivas como negativas porque todas tienen un sentido adaptativo), pero sin dejar que sean prioritarias a la hora de comportarnos, equilibrando nuestro cerebro emocional con nuestro cerebro racional. Al respecto cabe destacar que las emociones se generan al activarse una serie de núcleos cerebrales que facilitan la liberación de unas sustancias en nuestros circuitos neuronales, y que esas sustancias tienen un tiempo de actuación limitado: ninguna emoción se mantiene eternamente, sino que va perdiendo intensidad y se minimiza o desaparece en un período de tiempo definido. Por ello sentir emociones de una manera natural permite que podamos dejar que fluyan sabiendo que en algún momento cercano se reducirán a su mínima expresión o se apagarán.

El paso final, o quinto paso, consiste en actuar en consecuencia a la valencia de la emoción y de nuestros objetivos: si se trata de una emoción negativa la dejo fluir, dejando que se minimice de una manera natural y defino mi comportamiento no solo por la emoción, sino también por el razonamiento subyacente sobre ella (porque la sentimos) buscando soluciones y equilibrando nuestro yo sintiente con nuestro yo pensante. Si se trata de una emoción positiva, la pauta más eficaz es maximizarla y permitirnos disfrutarla con magnificiencia, y actuar (al igual que en el caso anterior) de una manera equilibrada entre lo que sentimos y lo que pensamos que nos acerca a nuestros objetivos. En la medida de lo posible siempre hay que compartir nuestras emociones con los demás para facilitar una relación agradable y que nos acerque a nuestro objetivo más importante: SER FELICES.

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14. Las emociones ¿qué son y cómo nos afectan?

Las emociones las sentimos constantemente, sin embargo nadie nos ha explicado en qué consisten o cómo nos afectan, información que nos ayudaría sobremanera a aprender a gestionar nuestras propias emociones.

La palabra emoción significa “hacer mover”, y está muy relacionada con la motivación (“mover hacia”). Quizá este significado es más obvio ya que cuando algo nos agrada, gusta o interesa nos genera una cierta inquietud para ”movernos hacia” eso (nos motiva).

El concepto de emoción es un poco más complejo debido a sus connotaciones históricas: cuando éramos seres primitivos nuestro cerebro era mucho más pequeño de lo que es ahora, y dos de sus estructuras principales eran la amígdala y el hipotálamo, que son los centros donde se generan las emociones. La función de las emociones en ese momento era muy relevante y consistía en la supervivencia: cuando uno de nuestros antepasados sentía una emoción intensa (por ejemplo, el miedo) ante un estímulo que le generaba incertidumbre o malestar se activaban estos núcleos cerebrales y conectaban con la parte de acción de nuestro cerebro iniciando una secuencia conductual de huida o ataque, que favorecía su supervivencia (por ejemplo, si se trataba de un animal, huyendo o atancándolo se aseguraba de sobrevivir).

A lo largo de los años de evolución del ser humano nuestro cerebro ha crecido, especialmente en las áreas frontal y prefrontal, que son las encargadas de nuestro pensamiento racional. Sin embargo seguimos manteniendo los mismos núcleos emocional que se activan e inician comportamiento de huida/ataque (miedo), aproximación (amor) o distanciamiento (asco) en función del tipo de emoción y la intensidad sentidos. En la actualidad, en nuestra sociedad, las emociones ante situaciones de peligro real mantienen esa función antigua de supervivencia, pero no tienen el mismo sentido en nuestro día a día, en el que no es funcional ni adaptativo responder a los estímulos con los comportamientos primitivos que provocan. Esto es fácil de identificar en situaciones de condicionamiento emocional, por las que ante una situación en la que hemos sentido una emoción intensa nos sentimos impelidos a actuar de manera impulsiva por la emoción que nos ha generado, incluso aunque nos suponga una pérdida de oportunidades o de bienestar. Un ejemplo de emoción negativa intensa que nos puede generar este tipo de respuesta es el miedo a un objeto o situación (llegando incluso a desarrollar patologías como las fobias), y un ejemplo de emoción positiva intensa es el amor (llegando incluso a padecer situaciones perjudiciales para uno mismo por sentirse enamorado de otra persona y desear por encima del propio bienestar el bienestar del otro). Todo ello limita nuestras vidas aunque nuestras vidas no dependan de ello (ya no sobrevivimos por huir de algo que nos genera miedo, o por cumplir todos los deseos de una persona que amamos).

Las emociones son comunes a toda la humanidad y los estudios científicos muestran que las emociones básicas nos afectan a todos en función de su intensidad y su valencia (positiva/negativa). El hecho de desconocer su funcionamiento nos lleva habitualmente a actuar de manera impulsiva sin tener en cuenta las consecuencias, lo que puede llegar a perjudicarnos.

El simple hecho de saber que las emociones existen, poder ponerles nombres e identificar en que situaciones, con que personas o que circunstancias se activan nos ayuda a decidir que deseamos hacer con nuestra conducta.

Esto no significa que no tengamos que sentir las emociones, sino todo lo contrario: es maravilloso sentir emociones y dejarlas fluir, ya que es lo que nos define como personas, pero podemos delimitar el alcance que tiene sentir emociones en nuestro comportamiento y nuestras conductas, de manera que seamos consecuentes con nosotros mismos y eficaces con nuestros objetivos.

El ejercicio adecuado para iniciar el trabajo de gestión emocional consiste en iniciar una observación (a ser posible sistematizada en forma de registro) para aprender a conocernos a nosotros mismos respecto a nuestras emociones. Un registro que puede ayudarnos en este proceso puede incluir las situaciones en las que hemos sentido emociones intensas, día y hora, lugar, personas que nos acompañaban, nombre de la emoción sentida, intensidad de la misma (por ejemplo de 0 a 10) y las consecuencias que ha tenido sentir esa emoción o que hemos hecho al respecto (cual ha sido nuestra respuesta cognitiva y/o conductual a esa emoción).

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13. ¿Pensar en negativo o en positivo?

Nuestra corriente de pensamiento tiene un tema estrella en el que invertimos mucho tiempo y esfuerzo. Este tema recurrente es nuestro propio comportamiento (lo que nos sucede cada día y lo que hacemos al respecto).

Nos preocupa mucho nuestro comportamiento principalmente porque nos ayuda a interpretarnos a nosotros mismos, la imagen que damos a los demás y sentir que lo que hacemos está bien.

Hay dos factores que influyen en gran medida en como hablamos con nosotros mismos sobre nosotros mismos:

  • El primero de ellos es que en nuestra sociedad está popularizada la comunicación en negativo, centrada en el error y la crítica. Esto se da por aprendizaje desde las edades más tempranas, en las que se tiende a reñir a los más pequeños cuando su conducta no es la deseada, pero no se explica con claridad y paciencia la conducta deseada ni se premia cuando se realiza (se da por supuesto que cuando se hace bien es lo que se tiene que hacer). Por ello la tendencia es a fijarnos en las conductas erróneas o lo que hacemos mal, porque lo hemos interiorizado a través de la repetición como hábito, y esto se traduce en que la comunicación con nosotros mismos está protagonizada por lo que consideramos nuestros errores, lo que hacemos mal o lo criticable, sin dedicar apenas tiempo o esfuerzo a lo que hacemos bien, nuestros aciertos o nuestras conductas adecuadas. Una pauta que nos puede ayudar a mejorar la comunicación con nosotros mismos consiste en ser realistas: expresar los mensajes sobre nuestras conductas equivocadas, erróneas o criticables pero también expresarnos nuestras conductas adecuadas, correctas y dignas de alabanza, equilibrando de esta manera las huellas emocionales positivas y negativas que generamos en nuestro cerebro sobre nosotros mismos.
  • El segundo factor que influye notablemente en como nos comunicamos con nosotros mismos es la dificultad para afrontar la frustración cuando nos equivocamos. Procesar los errores como un estigma y asociarlos a nosotros mismos nos perjudica en gran medida, ya que no nos permite procesar el concepto de error como algo inevitable, normal y fuente de muchos de los aprendizajes necesarios para la vida cotidiana. Si no nos equivocamos no podemos aprender. Una pauta que nos ayuda al respecto sería aceptar el error y las equivocaciones, y dedicar el tiempo proporcional al pensamiento sobre las situaciones negativas que nos rodean y equilibrarlo con las positivas (que son la mayoría, y no estamos acostumbrados a focalizar y son tan o más importantes que las negativas, sobretodo a nivel emocional y motivacional).

Como reflexión y pauta final podemos intentar vivir los errores como una fuente natural de aprendizaje, maximizar el tiempo y la intensidad de los pensamientos en positivo sobre uno mismo, y generalizar este comportamiento a los pensamientos sobre los demás y sobre el mundo que nos rodea. A ser posible deberíamos intentar redirigir las conversaciones (que hoy en día son la gran mayoría) sobre lo que va mal, las dificultades, la crítica indiscriminada y lo negativo, hacia una perspectiva más positiva, de manera que generemos huellas de memoria positivas tanto en nosotros mismos como con los demás, y además permitirnos apreciar las pequeñas (y grandes) cosas, situaciones y personas maravillosas que nos rodean. Esto permite tener más buenas sensaciones y más energía a lo largo del día, e irnos a descansar por la noche con mayor bienestar, acercándonos al objetivo final de SER un poquito más FELICES.

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12. Los problemas de los demás

En este vídeo vamos a puntualizar algunos aspectos sobre la gestión de problemas ajenos en los que nos sentimos con la necesidad u obligación de involucrarnos.

En primer lugar cabe señalar que la libertad de expresión es un derecho inalienable por el que todos somos completamente libres de opinar lo que queramos, sobre lo que queramos y cuando queramos. Sin embargo cuando hay un conflicto entre dos o más personas (del que no formamos parte) y expresamos nuestra opinión (de manera bienintencionada, por supuesto) sin considerar las consecuencias que este acto pueda tener, estamos participando en el problema, incluso provocando que se magnifique o incluso empeore.

Esto es fácil que suceda dado que al expresar opiniones sin sentirnos responsables de éstas o sus consecuencias afectamos a las relaciones entre otras personas o entre esas otras personas con nosotros mismos. No deberíamos perder nunca de vista el hecho de una relación entre dos personas es única y diferente de la que pueden tener esas personas con otra. Por ejemplo, mi relación con mi hermana es única, mi relación con mi madre es única, y la relación entre ellas es única y diferente a las anteriores. Esto es extrapolable a cualquier relación: por ejemplo con unos amigos, parejas, compañeros de trabajo, etc.

Si se presenta un conflicto entre dos personas con las que tenemos relación debemos respetar que ese conflicto es entre ellas, y aún conociendo a ambas, son esas personas las que deben resolverlo sin que interferamos con nuestra propia opinión. Nuestro comportamiento debería limitarse a mostrar apoyo y escucha para evitar perjudicar a esas personas o su relación con nosotros.

En muchas ocasiones seguro que te has encontrado en situaciones (normalmente muy incómodas) en las que dos personas cercanas presentan un conflicto y te lo plantean por separado, y en el momento que opinas has pasado a formar parte del problema, ya que tu opinión puede utilizarse para generar más controversia, o se puede malenter o tergiversar por alguna de las partes.

De la misma manera si uno tiene un conflicto con otra persona no deberíamos buscar la opinión de terceras personas, principalmente porque su opinión estará hecha desde su perspectiva y (aunque sea con una buena intención) puede ser una opinión que nos influya a tomar decisiones o actuar de una manera que puede no beneficiarnos porque no es la que está elaborada desde el “Yo”. Además no perdamos de vista que cada vez que una información pasa de una persona a otra se genera el efecto “teléfono roto”, por el que la información se va reelaborando (insisto, de una manera inconsciente y no malintencionada) que puede llevar a que a la otra persona con la que se tiene el conflicto le lleguen unas impresiones, informaciones e intenciones totalmente diferentes a las que uno ha manifestado, sobredimensionando el problema y reduciendo las probabilidades de resolución. La pauta más adecuada es que si tienes un problema lo hables directamente con esa persona, evitando los intermediarios y las reinterpretaciones y los errores inherentes al propio proceso comunicativo.

Como conclusión podemos afirmar que la manera más eficaz de resolver problemas es que cada uno es responsable y resuelve los suyos en comunicación directa con las personas implicadas, evitando las interferencias y los malentendidos. De esta manera la comunicación es lo más eficiente, sincera y directa, centrada en la resolución del problema y no en dar bombo al propio problema y pudiendo perjudicar a la relación entre otras personas o entre nosotros y esas personas.

Finalmente, el tener la oportunidad de resolver nuestros propios problemas con las personas implicadas, y dar la oportunidad a los demás de aprender a resolver sus problemas con otras personas sin que intervengamos, facilita que nos sintamos mejor con nosotros mismos y con las personas que nos rodean, acercándonos un poquito más al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.

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10. Como solucionar problemas

La comunicación que tenemos con nosotros mismos, ese flujo de pensamiento que nos acompaña durante todo el día, es importante porque invertimos en él tiempo y energía.

Las temáticas que más nos absorben suelen ser las tareas pendientes (cuestión que ya tratamos en el vídeo anterior) y las preocupaciones. Dentro de las preocupaciones habituales los grandes protagonistas suelen ser los problemas: solemos dedicar mucho tiempo a interpretar la conducta de los demás en función de nuestra conducta, intentando dar una explicación o justificación a la conducta de los demás sin ser esas personas. Teniendo en cuenta que nadie piensa, ni siente ni actúa igual no deberíamos hacerlo (o por lo menos no tan a menudo) porque da lugar a error, y con ello a problemas no deseados.

La pauta adecuada cuando sucede que tenemos un problema, y parte del problema es la interpretación que le estamos dando a la conducta de otra persona, consiste en preguntar a esa otra persona para resolver la duda y deshacer parte (o todo) del problema. Debemos aceptar que nadie tiene una bola de cristal para adivinar las causas de las conductas de los demás. Más vale preguntar y parecer tonto una vez que no preguntar y parecer tonto siempre por estar interpretando situaciones y a las personas desde una perspectiva equivocada, que es a partir de nosotros mismos cuando lo que pretendemos es dar un significado a la conducta de otra persona y actuamos en función de ese significado y no del propósito real de esa otra persona.

Siempre que tengamos una duda sobre la conducta, la actitud o el pensamiento de otra persona lo mejor que podemos hacer es preguntar para resolver esa duda y dejar de consumir parte de nuestro flujo de pensamiento, de nuestras energías y tiempo, evitando que nos lleve a un error y, por lo tanto, a un problema.

Hay tres tipos básicos de problemas:

  • Problemas en los que la solución depende total o parcialmente de mí
  • Problemas en los que la solución no depende de mí
  • Problemas de otras personas, no propios, en los que uno considera que puede aportar algo o intervenir de alguna manera en la solución.

Centrándonos en el primer tipo de problema (en el que la solución depende de mí) cuando se presenta este tipo de situación debemos plantearnos en qué consiste el problema en sí para centrarme en buscar soluciones. Normalmente la solución a la mayoría de este problemas consiste en ponernos en contacto con las personas implicadas y, a través de la negociación, alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos o, por lo menos, sentirnos lo mejor posible con nosotros mismos por haber mantenido una actitud productiva de buscar soluciones con las personas adecuadas.

Como conclusiones del vídeo de hoy os ofrezco dos ejercicios para realizar:

  1. El primero de ellos es que, ante la duda sobre la conducta de otra persona, le preguntemos a esa persona para facilitar el entendimiento mutuo
  2. Y que, en el caso de problemas en los que la solución depende total o parcialmente de mí, desgranemos el problema en partes pequeñas y lo hablemos directamente con las personas implicadas con el objetivo de buscar soluciones. En vez de centrarnos en el problema y darle vueltas y más vueltas, dedicamos nuestro esfuerzo y energía a buscar soluciones, de manera que seamos más eficaces y productivos.

De esta manera estamos facilitando que nuestro flujo de pensamiento sea funcional y beneficiamos nuestro propio bienestar y el de las personas que nos rodean, acercándonos cada vez un poquito más al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.

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9. La comunicación con uno mismo

En los vídeos anteriores hemos empezado a valorar la importancia que tiene en nuestra vida cotidiana la comunicación con los demás, y en el vídeo justo anterior a éste hemos comentado la importancia del autoconocimiento, o conocimiento de uno mismo, a través de nuestra percepción de nosotros mismos y de las personas que nos rodean. En el vídeo de hoy vamos a profundizar en nuestro propio flujo de pensamientos: en como nos comunicamos con nosotros mismos.

Nos pasamos el día “hablando con nosotros mismos”, pensando cosas a las que a veces prestamos mucha atención, y otras veces no. Si estuviéramos todo el tiempo prestando atención a lo que pensamos sería una pérdida de tiempo y recursos muy importante que nos impediría tener una relación normalizada o funcional con nuestro entorno. Sin embargo es necesario saber que ese flujo de pensamiento existe y que a en ocasiones nos supone una limitación en la vida cotidiana porque nos afecta a nivel cognitivo y emocional, influyendo en nuestra conducta.

¿Cómo nos podemos conocer mejor a través de conocer como nos comunicamos con nosotros mismos? En primer lugar sabiendo sobre qué “hablamos” con nosotros mismos. Normalmente hay dos temas principales de conversación en nuestro flujo de pensamientos internos:

  1. Las tareas pendientes
  2. Las preocupaciones, que consiste en dar vueltas a los acontecimientos pasados que nos afectan a nivel emocional, y a los posibles acontecimientos futuros que nos generan incertidumbre, y por ello, cierto malestar.

La pauta más eficaz para gestionar nuestro propio flujo de pensamiento consiste en hacer listas. En el primer caso, para las tareas pendientes, porque el hecho de sacarlas de nuestro pensamiento para apuntarlas y dejarlas previstas como tarea “real” en un horario o calendario semiestructurado, hace que automáticamente dejemos de darle vueltas (porque ya está programada y ordenada para hacerse en algún momento y algún lugar establecidos).

En caso de las preocupaciones, a pesar de que sea un poco más complicado porque solemos darles vueltas a las cosas que nos han generado malestar más que a las que nos han generado bienestar, la mejor pauta para gestionarlas también es recurrir a las listas: podemos redactar (en papel, en el móvil, o en cualquier formato que nos sea accesible) cual es la preocupación concreta a la que damos vueltas en nuestra cabeza, qué personas están implicadas, qué nos hace sentir, si queremos o no hacer algo al respecto, qué alternativas podemos valorar para actuar, etc. De esta manera enseñamos a nuestro cerebro que las preocupaciones forman parte de nuestra vida cotidiana, y nuestro flujo de pensamiento, y que podemos estructurarlas de una manera productiva, de manera que nos restan las energías y el tiempo imprescindible para procesarlas y ponerles solución, si es necesario.

Así no nos preocupamos de una manera espontánea y poco adaptativa (dedicando horas y horas a dar vueltas a situaciones reales o no, pasadas, presentes o posibles futuras), si no que trabajamos para generar un hábito de pre-ocuparse únicamente de aquello que merece la pena y elaborando una serie de informaciones que nos ayudan a resolver situaciones o estados emocionales de manera efectiva y eficaz. Todo ello nos acerca al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.

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Si consideras que los problemas de tu vida cotidiana o tus preocupaciones son difíciles de gestionar, no olvides que nadie nos ha enseñado a hacerlo y que si necesitas ayuda estamos a tu disposición en el teléfono 681 372 373 y el e-mail serfelizbelenmartin@gmail.com.

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7. El contexto físico, el contexto social y el momento

Los manuales y referencias sobre comunicación en muchas ocasiones no recogen los conceptos de contexto físico, contexto social y momento, cuando son aspectos cruciales a la hora de ser eficaces en nuestra vida cotidiana.

El contexto físico hace referencia a los objetos y el entorno físico que nos rodea (por ejemplo, paredes, puertas, mesa, silla, botella, etc.) y que pueden favorecer o entorpecer la comunicación. Es especialmente importante en el ámbito laboral porque solemos estar en lugares en que la distribución responde a un objetivo de maximizar el aprovechamiento del espacio y la presencia de objetos está destinada el desempeño de un puesto específico de trabajo, pero en muchas ocasiones dificultan la comunicación fluida.

Como buenos comunicadores nuestro objetivo respecto al contexto físico es identificar los objetos que entorpecen la comunicación y modificarlos en la medida de lo posible para que su interferencia sea mínima. En el caso de no poder modificar el contexto físico y éste no sea favorable para la comunicación una buena alternativa es trasladar la comunicación a un lugar más apropiado.

El contexto social hace referencia a las personas con las que estamos cuando tenemos una conversación concreta. Es especialmente importante en las relaciones personales, ya que no se puede hablar cualquier tema delante de cualquiera, porque impide que el mensaje se transmita o reciba adecuadamente por la influencia de los demás.

El concepto de momento se refiere a buscar un momento adecuado para cada comunicación. Cada persona tiene una gradación de importancia para las cosas de su vida (por ejemplo, el orden para mí puede ser muy importante, y para otra persona nada importante) y no es ni mejor ni peor, solo diferente. Cuando tenemos conversaciones sobre temas triviales o de la vida cotidiana que no tienen una importancia muy alta para nosotros, el momento es casi indiferente. Sin embargo cuando un tema en particular para nosotros es especialmente importante y tenemos que compartir una información al respecto con alguien no podemos hacerlo en cualquier momento (que es lo que se suele hacer porque tendemos a actuar por impulso: esto se me pasa por la cabeza ahora, pues ahora lo hablo), sino que tendremos muchas más probabilidades de que nuestro mensaje sea más eficaz si buscamos el momento adecuado para transmitirlo. También hay que tener en cuenta que el momento también tiene que ser adecuado para la otra persona, por lo que es recomendable preguntar al otro cuando le va bien para que todas las personas implicadas en la conversación compartan el mejor momento posible y la comunicación sea fluida y eficaz.

El ejercicio indicado para trabajar estos conceptos es observar estos aspectos en nuestras comunicaciones cotidianas. De esta manera podemos aprender a identificar y modificar el contexto físico, seleccionar el contexto social y elegir el momento adecuado para que las comunicaciones sean más eficaces y nos ayuden a mejorar el bienestar con nosotros mismos y con las personas que nos rodean. Teniendo en cuenta todas las pautas de comunicación eficaz que hemos ido considerando nos acercamos un poquito más al gran objetivo de nuestras vidas, que no es otro que SER FELICES.