Servicio de Prevención de problemas de adaptación Infancia Adolescencia SER FELIZ
Tal como se indica en el Libro Blanco de la Salud Mental Infanto-Juvenil, la importancia de la Salud Mental infanto-juvenil es ampliamente reconocida por los organismos internacionales. La Organización Mundial de la Salud (OMS), UNICEF, la Comisión Europea y otras instituciones desarrollan iniciativas y publican informes que resaltan su interés. Por ejemplo, la OMS (OMS, 2018) en un informe sobre la salud infanto–juvenil en Europa, reconocía que los problemas de salud mental eran la primera causa de incapacidad en el espacio europeo, y que aproximadamente la mitad de esos problemas surgían antes de los 14 años. Este es un dato frecuentemente citado, que se obtiene de un gran estudio epidemiológico poblacional realizado en USA que ha permitido rastrear el inicio de los principales trastornos psiquiátricos (Jones, 2013). El informe de la OMS no lo indica, pero se puede añadir, además, que tres cuartas partes de los problemas psicopatológicos de la edad adulta tienen su inicio antes de los 25 años (Kessler et al., 2007). Por ello el énfasis en el área de salud mental infanto-juvenil debemos ponerlo en la prevención.
La prevención de trastornos y patologías cuyo inicio y desarrollo tienen lugar en estas etapas vitales resulta de gran relevancia, pero también de gran dificultad, ya que son edades de continuados y sustanciosos cambios vitales en todos los ámbitos (físico, emocional, familiar y relacional) cuyo devenir natural puede camuflar la sintomatología subyacente a procesos desadaptativos.
La identificación de procesos desadaptativos en la etapa infanto-juvenil permite la intervención temprana con el menor (la familia y el centro escolar si es preceptivo) para tratar posibles problemas y la prevención del desarrollo posterior de patologías y trastornos, por lo que debe considerarse una prioridad en todos los casos.
El objetivo del servicio es detectar dificultades de adaptación personal, familiar, académica y social en edades comprendidas entre los 8 y los 18 años.
Para ello ofrecemos dos procedimientos diferenciados:
La aplicación colectiva de un instrumento de evaluación de dificultades de adaptación para centros escolares y académicos
La aplicación individual de un instrumento de evaluación de dificultades de adaptación en nuestro propio centro para particulares.
Consulta por email en serfelizbelenmartin@gmail.com o en el teléfono 681 372 373 las condiciones del servicio.
Una
vez definidos los conceptos de emoción y motivación y como nos
afectan en la vida cotidiana vamos a profundizar en las técnicas que
nos pueden ayudar a mejorar nuestra gestión emocional.
El
primer paso para alcanzar una gestión emocional funcional y
adaptativa, enfocada en el logro de nuestros objetivos, consiste en
aprender a identificar nuestras propias emociones y ponerles
nombre. En muchas ocasiones nos encontramos que sentimos algo
positivo o negativo pero no sabemos muy bien de qué se trata y
simplemente actuamos impulsivamente en función de esa valencia.
Es
imprescindible comprender que cada emoción es diferente y que
podemos diferenciarlas haciendo una introspección sobre qué
es lo que sentimos y cual es la causa de ese sentimiento (por
ejemplo, cuando sientes un malestar inespecífico que te impulsa a
actuar de malas maneras, distinguir si se trata de tristeza, enfado,
miedo u otra emoción negativa y asociarla a la memoria o la
situación que la ha generado para actuar en consecuencia y no ir
comportándonos de manera confusa o incoherente).
Identificar
emociones no es fácil en un inicio, sin embargo cuenta con la
ventaja de que se trata de un aprendizaje más y que mejora
con el mero hecho de repetir este acto de conciencia sobre lo
que sentimos. Poner nombre a nuestras emociones genera que sea más
fácil este aprendizaje ya que somos seres que basan su razonamiento
y memoria en el lenguaje, que es el que nos facilita la
gestión cognitiva de nuestros comportamientos.
El
segundo paso para una adecuada gestión emocional pasa por aprender a
asociar nuestras emociones con sucesos concretos (personas,
lugares, momentos, recuerdos, etc.) de manera que identificamos
huellas de memorias específicas con emociones específicas, evitando
confusiones o malentendidos con uno mismo y con los demás. Aunque no
siempre vamos a encontrar la causa de una emoción (a veces nos
sentimos de una manera y no sabemos por qué y, a pesar de intentar
encontrar su origen, no lo conseguimos) es importante al menos
intentarlo el máximo de veces posible.
El
tercer paso para una adecuada gestión emocional consiste en
comunicar a las personas de nuestro alrededor la emoción que
estamos sintiendo y la causa (si la sabemos), facilitando el
entendimiento, la comprensión y la empatía para con nuestra
conducta. Es vital cambiar el foco de la comunicación de lo que hace
o dice la otra persona a la emoción que nos hace sentir,
desculpabilizando y no juzgando los actos de los demás en función
de las emociones que nosotros sentimos al respecto (por ejemplo, nos
sentimos enfadados por algo que ha dicho alguien y le transmitimos
que aquello que ha dicho nos hace sentir mal, cambiando el foco de lo
que ha dicho a lo que sentimos, evitando que pueda sentirse culpable
de nuestras emociones).
El
cuarto paso para la gestión eficaz de las emociones consiste
básicamente en aceptarnos como personas “sintientes”,
esto es, que sentir emociones es natural y que no es malo en sí
mismo, todo lo contrario: es extraordinario y fabuloso poder percibir
la magnitud de las emociones en todo su esplendor (tanto las
positivas como negativas porque todas tienen un sentido adaptativo),
pero sin dejar que sean prioritarias a la hora de comportarnos,
equilibrando nuestro cerebro emocional con nuestro cerebro racional.
Al respecto cabe destacar que las emociones se generan al
activarse una serie de núcleos cerebrales que facilitan la
liberación de unas sustancias en nuestros circuitos neuronales, y
que esas sustancias tienen un tiempo de actuación limitado:
ninguna emoción se mantiene eternamente, sino que va perdiendo
intensidad y se minimiza o desaparece en un período de tiempo
definido. Por ello sentir emociones de una manera natural permite que
podamos dejar que fluyan sabiendo que en algún momento cercano se
reducirán a su mínima expresión o se apagarán.
El
paso final, o quinto paso, consiste en actuar en consecuencia a la
valencia de la emoción y de nuestros objetivos: si se trata de
una emoción negativa la dejo fluir, dejando que se minimice
de una manera natural y defino mi comportamiento no solo por la
emoción, sino también por el razonamiento subyacente sobre ella
(porque la sentimos) buscando soluciones y equilibrando nuestro yo
sintiente con nuestro yo pensante. Si se trata de una emoción
positiva, la pauta más eficaz es maximizarla y
permitirnos disfrutarla con magnificiencia, y actuar (al igual
que en el caso anterior) de una manera equilibrada entre lo que
sentimos y lo que pensamos que nos acerca a nuestros objetivos.
En la medida de lo posible siempre hay que compartir nuestras
emociones con los demás para facilitar una relación agradable y
que nos acerque a nuestro objetivo más importante: SER FELICES.
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Las
emociones las sentimos
constantemente, sin embargo nadie nos ha explicado en qué consisten
o cómo nos afectan, información que nos ayudaría sobremanera a
aprender a gestionar nuestras propias emociones.
La
palabra emoción significa “hacer mover”, y está
muy relacionada con la motivación (“mover hacia”).
Quizá este significado es más obvio ya que cuando algo nos agrada,
gusta o interesa nos genera una cierta inquietud para ”movernos
hacia” eso (nos motiva).
El
concepto de emoción es un poco más complejo debido a sus
connotaciones históricas: cuando éramos seres primitivos
nuestro cerebro era mucho más pequeño de lo que es ahora, y dos de
sus estructuras principales eran la amígdala y el hipotálamo,
que son los centros donde se generan las emociones. La función de
las emociones en ese momento era muy relevante y consistía en la
supervivencia: cuando uno de nuestros antepasados sentía una
emoción intensa (por ejemplo, el miedo) ante un estímulo que le
generaba incertidumbre o malestar se activaban estos núcleos
cerebrales y conectaban con la parte de acción de nuestro
cerebro iniciando una secuencia conductual de huida o ataque, que
favorecía su supervivencia (por ejemplo, si se trataba de un animal,
huyendo o atancándolo se aseguraba de sobrevivir).
A lo
largo de los años de evolución del ser humano nuestro
cerebro ha crecido, especialmente en las áreas frontal y
prefrontal, que son las encargadas de nuestro pensamientoracional. Sin embargo seguimos manteniendo los mismos núcleos
emocional que se activan e inician comportamiento de huida/ataque
(miedo), aproximación (amor) o distanciamiento (asco) en función
del tipo de emoción y la intensidad sentidos. En la actualidad,
en nuestra sociedad, las emociones ante situaciones de peligro
real mantienen esa función antigua de supervivencia, pero no tienen
el mismo sentido en nuestro día a día, en el que no es funcional
ni adaptativo responder a los estímulos con los comportamientos
primitivos que provocan. Esto es fácil de identificar en
situaciones de condicionamiento emocional, por las que ante una
situación en la que hemos sentido una emoción intensa nos sentimos
impelidos a actuar de manera impulsiva por la emoción que nos ha
generado, incluso aunque nos suponga una pérdida de oportunidades o
de bienestar. Un ejemplo de emoción negativa intensa que nos puede
generar este tipo de respuesta es el miedo a un objeto o situación
(llegando incluso a desarrollar patologías como las fobias), y un
ejemplo de emoción positiva intensa es el amor (llegando incluso a
padecer situaciones perjudiciales para uno mismo por sentirse
enamorado de otra persona y desear por encima del propio bienestar el
bienestar del otro). Todo ello limita nuestras vidas aunque nuestras
vidas no dependan de ello (ya no sobrevivimos por huir de algo que
nos genera miedo, o por cumplir todos los deseos de una persona que
amamos).
Las
emociones son comunes a toda la humanidad y los estudios
científicos muestran que las emociones básicas nos afectan a todos
en función de su intensidad y su valencia
(positiva/negativa). El hecho de desconocer su funcionamiento nos
lleva habitualmente a actuar de manera impulsiva sin tener en
cuenta las consecuencias, lo que puede llegar a perjudicarnos.
El
simple hecho de saber que las emociones existen, poder ponerles
nombres e identificar en que situaciones, con que personas o que
circunstancias se activan nos ayuda a decidir que deseamos hacer con
nuestra conducta.
Esto
no significa que no tengamos que sentir las emociones, sino todo lo
contrario: es maravilloso sentir emociones y dejarlas fluir, ya
que es lo que nos define como personas, pero podemos delimitar el
alcance que tiene sentir emociones en nuestro comportamiento y
nuestras conductas, de manera que seamos consecuentes con nosotros
mismos y eficaces con nuestros objetivos.
El
ejercicio adecuado para iniciar el trabajo de gestión emocional
consiste en iniciar una observación (a ser posible
sistematizada en forma de registro) para aprender a conocernos a
nosotros mismos respecto a nuestras emociones. Un registro que
puede ayudarnos en este proceso puede incluir las situaciones en las
que hemos sentido emociones intensas, día y hora, lugar, personas
que nos acompañaban, nombre de la emoción sentida, intensidad de la
misma (por ejemplo de 0 a 10) y las consecuencias que ha tenido
sentir esa emoción o que hemos hecho al respecto (cual ha sido
nuestra respuesta cognitiva y/o conductual a esa emoción).
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Nuestra
corriente de pensamiento tiene un tema estrella en el que
invertimos mucho tiempo y esfuerzo. Este tema recurrente es nuestro
propio comportamiento (lo que nos sucede cada día y lo que
hacemos al respecto).
Nos
preocupa mucho nuestro comportamiento principalmente porque nos ayuda
a interpretarnos a nosotros mismos, la imagen que damos a los demás
y sentir que lo que hacemos está bien.
Hay
dos factores que influyen en gran medida en como hablamos con
nosotros mismos sobre nosotros mismos:
El
primero de ellos es que en nuestra sociedad está popularizada la
comunicación en negativo, centrada en el error y la crítica.
Esto se da por aprendizaje desde las edades más tempranas, en las
que se tiende a reñir a los más pequeños cuando su conducta no
es la deseada, pero no se explica con claridad y paciencia la
conducta deseada ni se premia cuando se realiza (se da por supuesto
que cuando se hace bien es lo que se tiene que hacer). Por ello la
tendencia es a fijarnos en las conductas erróneas o lo que hacemos
mal, porque lo hemos interiorizado a través de la repetición como
hábito, y esto se traduce en que la comunicación con nosotros
mismos está protagonizada por lo que consideramos nuestros
errores, lo que hacemos mal o lo criticable, sin dedicar apenas
tiempo o esfuerzo a lo que hacemos bien, nuestros aciertos o
nuestras conductas adecuadas. Una pauta que nos puede ayudar
a mejorar la comunicación con nosotros mismos consiste en ser
realistas: expresar los mensajes sobre nuestras conductas
equivocadas, erróneas o criticables pero también expresarnos
nuestras conductas adecuadas, correctas y dignas de alabanza,
equilibrando de esta manera las huellas emocionales positivas y
negativas que generamos en nuestro cerebro sobre nosotros
mismos.
El
segundo factor que influye notablemente en como nos
comunicamos con nosotros mismos es la dificultad para afrontar
la frustración cuando nos equivocamos. Procesar los errores
como un estigma y asociarlos a nosotros mismos nos perjudica en
gran medida, ya que no nos permite procesar el concepto de error
como algo inevitable, normal y fuente de muchos de los aprendizajes
necesarios para la vida cotidiana. Si no nos equivocamos no
podemos aprender. Una pauta que nos ayuda al respecto sería
aceptar el error y las equivocaciones, y dedicar el tiempo
proporcional al pensamiento sobre las situaciones negativas que nos
rodean y equilibrarlo con las positivas (que son la mayoría, y no
estamos acostumbrados a focalizar y son tan o más importantes que
las negativas, sobretodo a nivel emocional y motivacional).
Como
reflexión y pauta final podemos intentar vivir los errores
como una fuente natural de aprendizaje, maximizar el tiempo y la
intensidad de los pensamientos en positivo sobre uno mismo, y
generalizar este comportamiento a los pensamientos sobre los demás y
sobre el mundo que nos rodea. A ser posible deberíamos intentar
redirigir las conversaciones (que hoy en día son la gran
mayoría) sobre lo que va mal, las dificultades, la crítica
indiscriminada y lo negativo, hacia una perspectiva más positiva,
de manera que generemos huellas de memoria positivas tanto en
nosotros mismos como con los demás, y además permitirnos apreciar
las pequeñas (y grandes) cosas, situaciones y personas maravillosas
que nos rodean. Esto permite tener más buenas sensaciones y más
energía a lo largo del día, e irnos a descansar por la noche con
mayor bienestar, acercándonos al objetivo final de SER un poquito
más FELICES.
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En esta entrada os dejo una breve intervención en el programa de televisión del canal IB3 Cinc Díes, en el que se trató el tema de las distancias sociales y la gestión del espacio (proxemia) y la adecuación de los saludos en el entorno laboral.
En
este vídeo vamos a puntualizar algunos aspectos sobre la gestión
de problemas ajenos en los que nos sentimos con la necesidad u
obligación de involucrarnos.
En
primer lugar cabe señalar que la libertad de expresión es un
derecho inalienable por el que todos somos completamente libres de
opinar lo que queramos, sobre lo que queramos y cuando queramos. Sin
embargo cuando hay un conflicto entre dos o más personas (del
que no formamos parte) y expresamos nuestra opinión (de
manera bienintencionada, por supuesto) sin considerar las
consecuencias que este acto pueda tener, estamos participando en
el problema, incluso provocando que se magnifique o incluso
empeore.
Esto
es fácil que suceda dado que al expresar opiniones sin sentirnos
responsables de éstas o sus consecuencias afectamos a las
relaciones entre otras personas o entre esas otras personas con
nosotros mismos. No deberíamos perder nunca de vista el hecho de una
relación entre dos personas es única y diferente de la que pueden
tener esas personas con otra. Por ejemplo, mi relación con mi
hermana es única, mi relación con mi madre es única, y la relación
entre ellas es única y diferente a las anteriores. Esto es
extrapolable a cualquier relación: por ejemplo con unos amigos,
parejas, compañeros de trabajo, etc.
Si se
presenta un conflicto entre dos personas con las que tenemos relación
debemos respetar que ese conflicto es entre ellas, y aún conociendo
a ambas, son esas personas las que deben resolverlo sin que
interferamos con nuestra propia opinión. Nuestro comportamiento
debería limitarse a mostrar apoyo y escucha para evitar
perjudicar a esas personas o su relación con nosotros.
En
muchas ocasiones seguro que te has encontrado en situaciones
(normalmente muy incómodas) en las que dos personas cercanas
presentan un conflicto y te lo plantean por separado, y en el momento
que opinas has pasado a formar parte del problema, ya que tu opinión
puede utilizarse para generar más controversia, o se puede malenter
o tergiversar por alguna de las partes.
De la
misma manera si uno tiene un conflicto con otra persona no
deberíamos buscar la opinión de terceras personas,
principalmente porque su opinión estará hecha desde su perspectiva
y (aunque sea con una buena intención) puede ser una opinión que
nos influya a tomar decisiones o actuar de una manera que puede no
beneficiarnos porque no es la que está elaborada desde el “Yo”.
Además no perdamos de vista que cada vez que una información pasa
de una persona a otra se genera el efecto “teléfono roto”,
por el que la información se va reelaborando (insisto, de una manera
inconsciente y no malintencionada) que puede llevar a que a la otra
persona con la que se tiene el conflicto le lleguen unas impresiones,
informaciones e intenciones totalmente diferentes a las que uno ha
manifestado, sobredimensionando el problema y reduciendo las
probabilidades de resolución. La pauta más adecuada es que si
tienes un problema lo hables directamente con esa persona, evitando
los intermediarios y las reinterpretaciones y los errores inherentes
al propio proceso comunicativo.
Como
conclusión podemos afirmar que la manera más eficaz de resolver
problemas es que cada uno es responsable y resuelve los suyos en
comunicación directa con las personas implicadas, evitando las
interferencias y los malentendidos. De esta manera la comunicación
es lo más eficiente, sincera y directa, centrada en la resolución
del problema y no en dar bombo al propio problema y pudiendo
perjudicar a la relación entre otras personas o entre nosotros y
esas personas.
Finalmente, el tener la oportunidad de resolver nuestros propios problemas con las personas implicadas, y dar la oportunidad a los demás de aprender a resolver sus problemas con otras personas sin que intervengamos, facilita que nos sintamos mejor con nosotros mismos y con las personas que nos rodean, acercándonos un poquito más al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.
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En los
vídeos anteriores hicimos hincapié en la importancia del
autoconocimiento y en el conocimiento de nuestro flujo comunicación
con nosotros mismos con el fin de beneficiar nuestro propio bienestar
y para poder afrontar nuestro día a día de una manera más
saludable.
Explicamos
que gran parte de nuestra energía y tiempo lo dedicamos cada día
nuestros pensamientos, que en su mayoría están dedicados a las
preocupaciones, y que estas a su vez se suelen centrar en los
problemas que nos suceden o en los que nos vemos involucrados.
Teniendo
en cuenta que hay tres tipos de problemas (los que uno mismo es parte
total o parcial de la solución, los que uno no forma parte de la
solución y los problemas de los demás en los que nos sentimos
involucrados de alguna manera) en este vídeo nos vamos a centrar en
los dos últimos, que son los problemas relacionados con nuestras
emociones, y en como afrontarlos.
En
los problemas en los que no depende de nosotros la solución (por
ejemplo, la enfermedad de un familiar) la pauta más eficaz
consiste en centrarnos en la emoción que nos genera a nosotros o a
las personas que les afecta. El proceso consiste en analizar el
problema y definir las emociones que nos genera y las expresemos
abiertamente, bien a nosotros mismos para facilitar su aceptación,
bien con las personas involucradas para hacerles partícipes de lo
que nos sucede, o bien con terceras personas que nos puedan
proporcionar el apoyo emocional que precisamos. No se trata de
buscar una solución, sino de afrontar con naturalidad las emociones
que nos generan, compartirlas y facilitar que nos sintamos apoyados.
Igualmente, una manera magnífica de afrontar problemas que no tienen
solución es mostrarnos como apoyo emocional a las personas que se
ven igualmente afectadas, creando un vínculo emocional y facilitando
su procesamiento adaptativo y funcional.
En
el caso de los problemas que no nos afectan a nosotros mismos pero en
los que nos sentimos proclives a intervenir de alguna manera porque
creemos que podemos ser parte de la solución (discusión entre
dos personas cercanas a nosotros, la separación de una pareja con la
que tenemos cercanía) deberíamos mantener una posición de
prudencia, escuchando y apoyando a esas personas pero sin participar
de manera activa en el problema. ¿Por qué no deberíamos
intervenir en un problema de personas a las que apreciamos y a las
que creemos que podemos solucionar un problema entre ellas? En primer
lugar porque intervenir supone expresar una opinión o aportar unas
soluciones que están pensadas desde el “Yo”, y como ya hemos
señalado en múltiples ocasiones, cada persona piensa, siente y vive
de una manera diferente las situaciones, por lo que lo que uno opina
o haría en una situación conflictiva no tiene porque ser la mejor
opción para otra persona. Incluso con la mejor intención podemos
aportar puntos de vista o soluciones que no les ayuden o que
magnifiquen el problema. En segundo lugar, y no menos importante,
porque muchas veces un problema entre esas otras personas se acaba
resolviendo (mejor o peor) y al final uno acaba siendo perjudicado
por haber expresado su opinión o una crítica sobre las personas
implicadas o sus comportamientos. Lo ideal es mostrar nuestra mejor
capacidad de escucha y apoyo pero minimizando la intervención
directa en ellos, para que sean las personas directamente implicadas
quienes lo resuelvan.
De
todas maneras, sea cual sea el problema del que tratemos,
siempre que nos supere la situación o nos encontremos con
dificultades para afrontarlo, deberíamos acudir al
profesional adecuado para recibir la ayuda necesaria. Por
ejemplo, si tenemos un problema de cañerías acudimos a un
fontanero, si tenemos un problema de electricidad acudimos al
electricista y si tenemos un problema sobre problemas, personas,
conductas, pensamientos o emociones deberíamos acudir al profesional
adecuado, que en este caso sería el psicólogo. Este
profesional nos va a aportar una visión externa, mayor perspectiva,
va a analizar el problema con detalle y nos va a proporcionar pautas
adecuadas para resolver y/o afrontar el problema. Lo que suele
suceder es que como todos tenemos problemas pensamos que cualquiera
puede ser un buen aliado para solucionar los nuestros, cuando la
realidad es que al acudir a una persona que no es un profesional en
la resolución de problemas lo que nos va a facilitar es su opinión
y soluciones desde la visión parcial de su manera de pensar, sentir
y vivir, que no tiene porque ser la nuestra ni la más adecuada. Se
trata de ser prudentes con quien compartimos nuestros problemas, ya
que nuestra familia y amigos pueden ser una gran fuente de empatía y
apoyo, pero no siempre tienen la imparcialidad o los conocimientos
para ayudarnos de una manera eficaz.
Finalmente
cabe realizar una reflexión que nos puede ayudar a tomar
decisiones en cualquier situación que nos genere malestar o
preocupación, y es que nos preguntemos si esta situación nos la
planteara que le está pasando a la persona que más queremos ¿qué
le diríamos? El porque de esta pregunta es muy sencillo: nos es
mucho más sencillo valorar un problema cogiendo perspectiva y
buscando lo mejor para esa persona. No tenemos que querer menos
para nosotros mismos que para la persona que más queremos en el
mundo, ya que si no buscamos lo mejor para nosotros mismos no
podemos estar bien nosotros ni con nosotros mismos ni con los demás.
Como
ejercicios para aplicar en nuestra vida cotidiana a partir de
lo aprendido en el vídeo tenemos los siguientes:
Ante
problemas de los que la solución no depende de nosotros (o
no la tiene) buscamos la expresión natural y sana de nuestras
emociones, facilitando sentirnos apoyados y apoyar a los demás.
Ante
los problemas de los demás nos mantenemos prudentes
en nuestra intervención práctica (dar opiniones o pautas) y
facilitamos nuestro apoyo a las personas involucradas.
Ante
cualquier tipo de problema en el que se nos presente una duda
sobre cómo actuar preguntarnos a nosotros: si este problema le
estuviera ocurriendo a la persona que más quiero, ¿qué le diría?
Ante
cualquier tipo de problema que excede nuestra capacidad de
afrontamiento buscar ayuda de un profesional que nos
aporte perspectiva y posibles soluciones.
De
esta manera estamos facilitando un afrontamiento funcional de
nuestros problemas y un apoyo emocional a las personas que padecen
problemas, beneficiando nuestro propio bienestar y el de las
personas que nos rodean, acercándonos cada vez un poquito más al
gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.
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La comunicación que tenemos con nosotros mismos, ese flujo de pensamiento que nos acompaña durante todo el día, es importante porque invertimos en él tiempo y energía.
Las
temáticas que más nos absorben suelen ser las tareas
pendientes (cuestión que ya tratamos en el vídeo anterior) y
las preocupaciones. Dentro de las preocupaciones habituales
los grandes protagonistas suelen ser los problemas: solemos
dedicar mucho tiempo a interpretar la conducta de los demás en
función de nuestra conducta, intentando dar una explicación o
justificación a la conducta de los demás sin ser esas personas.
Teniendo en cuenta que nadie piensa, ni siente ni actúa igual no
deberíamos hacerlo (o por lo menos no tan a menudo) porque da lugar
a error, y con ello a problemas no deseados.
La
pauta adecuada cuando sucede que tenemos un problema, y parte del
problema es la interpretación que le estamos dando a la conducta de
otra persona, consiste en preguntar a esa otra persona para resolver
la duda y deshacer parte (o todo) del problema. Debemos aceptar que
nadie tiene una bola de cristal para adivinar las causas de las
conductas de los demás. Más vale preguntar y parecer tonto una
vez que no preguntar y parecer tonto siempre por estar interpretando
situaciones y a las personas desde una perspectiva equivocada, que es
a partir de nosotros mismos cuando lo que pretendemos es dar un
significado a la conducta de otra persona y actuamos en función de
ese significado y no del propósito real de esa otra persona.
Siempre
que tengamos una duda sobre la conducta, la actitud o el pensamiento
de otra persona lo mejor que podemos hacer es preguntar para resolver
esa duda y dejar de consumir parte de nuestro flujo de pensamiento,
de nuestras energías y tiempo, evitando que nos lleve a un error y,
por lo tanto, a un problema.
Hay
tres tipos básicos de problemas:
Problemas
en los que la solución depende total o parcialmente de mí
Problemas
en los que la solución no depende de mí
Problemas
de otras personas, no propios, en los que uno considera que puede
aportar algo o intervenir de alguna manera en la solución.
Centrándonos
en el primer tipo de problema (en el que la solución depende de mí)
cuando se presenta este tipo de situación debemos plantearnos en qué
consiste el problema en sí para centrarme en buscar soluciones.
Normalmente la solución a la mayoría de este problemas consiste en
ponernos en contacto con las personas implicadas y, a través de la
negociación, alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos o,
por lo menos, sentirnos lo mejor posible con nosotros mismos por
haber mantenido una actitud productiva de buscar soluciones con las
personas adecuadas.
Como
conclusiones del vídeo de hoy os ofrezco dos ejercicios para
realizar:
El
primero de ellos es que, ante la duda sobre la conducta de otra
persona, le preguntemos a esa persona para facilitar el
entendimiento mutuo
Y
que, en el caso de problemas en los que la solución depende
total o parcialmente de mí, desgranemos el problema en partes
pequeñas y lo hablemos directamente con las personas implicadas con
el objetivo de buscar soluciones. En vez de centrarnos en el
problema y darle vueltas y más vueltas, dedicamos nuestro
esfuerzo y energía a buscar soluciones, de manera que seamos
más eficaces y productivos.
De
esta manera estamos facilitando que nuestro flujo de pensamiento
sea funcional y beneficiamos nuestro propio bienestar y
el de las personas que nos rodean, acercándonos cada vez un poquito
más al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.
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En los vídeos anteriores hemos empezado a valorar la importancia que tiene en nuestra vida cotidiana la comunicación con los demás, y en el vídeo justo anterior a éste hemos comentado la importancia del autoconocimiento, o conocimiento de uno mismo, a través de nuestra percepción de nosotros mismos y de las personas que nos rodean. En el vídeo de hoy vamos a profundizar en nuestro propio flujo de pensamientos: en como nos comunicamos con nosotros mismos.
Nos
pasamos el día “hablando con nosotros mismos”, pensando cosas a
las que a veces prestamos mucha atención, y otras veces no. Si
estuviéramos todo el tiempo prestando atención a lo que pensamos
sería una pérdida de tiempo y recursos muy importante que nos
impediría tener una relación normalizada o funcional con nuestro
entorno. Sin embargo es necesario saber que ese flujo de
pensamiento existe y que a en ocasiones nos supone una limitación
en la vida cotidiana porque nos afecta a nivel cognitivo y
emocional, influyendo en nuestra conducta.
¿Cómo
nos podemos conocer mejor a través de conocer como nos comunicamos
con nosotros mismos? En primer lugar sabiendo sobre qué
“hablamos” con nosotros mismos. Normalmente hay dos temas
principales de conversación en nuestro flujo de pensamientos
internos:
Las
tareas pendientes
Las
preocupaciones, que consiste en dar vueltas a los
acontecimientos pasados que nos afectan a nivel emocional, y a los
posibles acontecimientos futuros que nos generan incertidumbre, y
por ello, cierto malestar.
La
pauta más eficaz para gestionar nuestro propio flujo de pensamiento
consiste en hacer listas. En el primer caso, para las tareas
pendientes, porque el hecho de sacarlas de nuestro pensamiento para
apuntarlas y dejarlas previstas como tarea “real” en un horario o
calendario semiestructurado, hace que automáticamente dejemos de
darle vueltas (porque ya está programada y ordenada para
hacerse en algún momento y algún lugar establecidos).
En
caso de las preocupaciones, a pesar de que sea un poco más
complicado porque solemos darles vueltas a las cosas que nos han
generado malestar más que a las que nos han generado bienestar, la
mejor pauta para gestionarlas también es recurrir a las listas:
podemos redactar (en papel, en el móvil, o en cualquier formato que
nos sea accesible) cual es la preocupación concreta a la que damos
vueltas en nuestra cabeza, qué personas están implicadas, qué nos
hace sentir, si queremos o no hacer algo al respecto, qué
alternativas podemos valorar para actuar, etc. De esta manera
enseñamos a nuestro cerebro que las preocupaciones forman parte
de nuestra vida cotidiana, y nuestro flujo de pensamiento, y que
podemos estructurarlas de una manera productiva, de manera que
nos restan las energías y el tiempo imprescindible para procesarlas
y ponerles solución, si es necesario.
Así
no nos preocupamos de una manera espontánea y poco adaptativa
(dedicando horas y horas a dar vueltas a situaciones reales o no,
pasadas, presentes o posibles futuras), si no que trabajamos para
generar un hábito de pre-ocuparse únicamente de aquello que
merece la pena y elaborando una serie de informaciones que nos ayudan
a resolver situaciones o estados emocionales de manera efectiva y
eficaz. Todo ello nos acerca al gran objetivo de nuestras vidas: SER
FELICES.
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Si consideras que los problemas de tu vida cotidiana o tus preocupaciones son difíciles de gestionar, no olvides que nadie nos ha enseñado a hacerlo y que si necesitas ayuda estamos a tu disposición en el teléfono 681 372 373 y el e-mail serfelizbelenmartin@gmail.com.
Los
manuales y referencias sobre comunicación en muchas ocasiones no
recogen los conceptos de contexto físico, contexto social y momento,
cuando son aspectos cruciales a la hora de ser eficaces en nuestra
vida cotidiana.
El
contexto físico hace referencia a los objetos y el entorno
físico que nos rodea (por ejemplo, paredes, puertas, mesa,
silla, botella, etc.) y que pueden favorecer o entorpecer la
comunicación. Es especialmente importante en el ámbito laboral
porque solemos estar en lugares en que la distribución responde a un
objetivo de maximizar el aprovechamiento del espacio y la presencia
de objetos está destinada el desempeño de un puesto específico de
trabajo, pero en muchas ocasiones dificultan la comunicación fluida.
Como
buenos comunicadores nuestro objetivo respecto al contexto físico es
identificar los objetos que entorpecen la comunicación y
modificarlos en la medida de lo posible para que su interferencia
sea mínima. En el caso de no poder modificar el contexto físico
y éste no sea favorable para la comunicación una buena alternativa
es trasladar la comunicación a un lugar más apropiado.
El
contexto social hace referencia a las personas con las que
estamos cuando tenemos una conversación concreta. Es
especialmente importante en las relaciones personales, ya que no
se puede hablar cualquier tema delante de cualquiera, porque
impide que el mensaje se transmita o reciba adecuadamente por la
influencia de los demás.
El
concepto de momento se refiere a buscar un momento adecuado
para cada comunicación. Cada persona tiene una gradación de
importancia para las cosas de su vida (por ejemplo, el orden para
mí puede ser muy importante, y para otra persona nada importante) y
no es ni mejor ni peor, solo diferente. Cuando tenemos conversaciones
sobre temas triviales o de la vida cotidiana que no tienen una
importancia muy alta para nosotros, el momento es casi indiferente.
Sin embargo cuando un tema en particular para nosotros es
especialmente importante y tenemos que compartir una información
al respecto con alguien no podemos hacerlo en cualquier momento (que
es lo que se suele hacer porque tendemos a actuar por impulso: esto
se me pasa por la cabeza ahora, pues ahora lo hablo), sino que
tendremos muchas más probabilidades de que nuestro mensaje sea más
eficaz si buscamos el momento adecuado para transmitirlo.
También hay que tener en cuenta que el momento también tiene que
ser adecuado para la otra persona, por lo que es recomendable
preguntar al otro cuando le va bien para que todas las personas
implicadas en la conversación compartan el mejor momento posible y
la comunicación sea fluida y eficaz.
El
ejercicio indicado para trabajar estos conceptos es observar
estos aspectos en nuestras comunicaciones cotidianas. De esta manera
podemos aprender a identificar y modificar el contexto físico,
seleccionar el contexto social y elegir el momento adecuado para que
las comunicaciones sean más eficaces y nos ayuden a mejorar el
bienestar con nosotros mismos y con las personas que nos rodean.
Teniendo en cuenta todas las pautas de comunicación eficaz que hemos
ido considerando nos acercamos un poquito más al gran objetivo de
nuestras vidas, que no es otro que SER FELICES.