7 Semanas para gestionar tus emociones SER FELIZ – BELÉN MARTÍN
Las emociones son algo inherente al ser humano: no podemos evitar tenerlas. Condicionan constantemente nuestra vida sin que apenas nos demos cuenta, ya que la mayoría de ocasiones pensamos y actuamos en función de como nos sentimos. Y sin embargo nadie nos ha explicado en qué consisten las emociones, cómo funcionan y qué podemos hacer para manejarnos mejor con ellas.
Incluso cuando sabemos qué son y cómo funcionan es fácil dejarse llevar por el impulso, en ocasiones con consecuencias fatales. ¿Quién no ha perdido los nervios al sentir ira y ha dicho o hecho algo de lo que se ha arrepentido? ¿Quién no se ha enamorado perdidamente y ha dicho y hecho cosas que cambiaría?
Aunque parezca increíble conocernos mejor a nosotros mismos, investigar y comprobar como funcionamos a nivel emocional y sentimental es más sencillo de lo que parece.
En este taller te ofrezco 7 ejercicios para mejorar tu gestión emocional, uno a la semana, para que a lo largo de 7 semanas desarrolles un conocimiento y una experiencia sobre ti mismo y tu manera de sentir, pensar y actuar que, sin duda, cambiará tu vida.
Se trata de una serie de explicaciones claras y ejercicios adaptados a tus vivencias cotidianas, de carácter eminentemente práctico.
Aprender a gestionar tus emociones te convertirá en una personas sabia, emocional y sentimentalmente consciente y responsable.
El precio del taller de 7 semanas de duración es de 40€.
Disfrutar de esta nueva experiencia es tan fácil como escribir un mensaje por WhatsApp al teléfono 681 372 373, indicando “Gestión Emocional”, tu nombre completo y DNI (o NIE) o rellenar el formulario que aparece a continuación. Se te proporcionarán los datos de pago y las instrucciones para poder comenzar tu propio viaje interior. Se adapta total y absolutamente a tu calendario, ya que la inscripción permanece abierta sin fechas de inicio o finalización. El material que recibes no tiene caducidad: podrás utilizarlo a lo largo de tu vida cuantas veces desees.
Una
vez definidos los conceptos de emoción y motivación y como nos
afectan en la vida cotidiana vamos a profundizar en las técnicas que
nos pueden ayudar a mejorar nuestra gestión emocional.
El
primer paso para alcanzar una gestión emocional funcional y
adaptativa, enfocada en el logro de nuestros objetivos, consiste en
aprender a identificar nuestras propias emociones y ponerles
nombre. En muchas ocasiones nos encontramos que sentimos algo
positivo o negativo pero no sabemos muy bien de qué se trata y
simplemente actuamos impulsivamente en función de esa valencia.
Es
imprescindible comprender que cada emoción es diferente y que
podemos diferenciarlas haciendo una introspección sobre qué
es lo que sentimos y cual es la causa de ese sentimiento (por
ejemplo, cuando sientes un malestar inespecífico que te impulsa a
actuar de malas maneras, distinguir si se trata de tristeza, enfado,
miedo u otra emoción negativa y asociarla a la memoria o la
situación que la ha generado para actuar en consecuencia y no ir
comportándonos de manera confusa o incoherente).
Identificar
emociones no es fácil en un inicio, sin embargo cuenta con la
ventaja de que se trata de un aprendizaje más y que mejora
con el mero hecho de repetir este acto de conciencia sobre lo
que sentimos. Poner nombre a nuestras emociones genera que sea más
fácil este aprendizaje ya que somos seres que basan su razonamiento
y memoria en el lenguaje, que es el que nos facilita la
gestión cognitiva de nuestros comportamientos.
El
segundo paso para una adecuada gestión emocional pasa por aprender a
asociar nuestras emociones con sucesos concretos (personas,
lugares, momentos, recuerdos, etc.) de manera que identificamos
huellas de memorias específicas con emociones específicas, evitando
confusiones o malentendidos con uno mismo y con los demás. Aunque no
siempre vamos a encontrar la causa de una emoción (a veces nos
sentimos de una manera y no sabemos por qué y, a pesar de intentar
encontrar su origen, no lo conseguimos) es importante al menos
intentarlo el máximo de veces posible.
El
tercer paso para una adecuada gestión emocional consiste en
comunicar a las personas de nuestro alrededor la emoción que
estamos sintiendo y la causa (si la sabemos), facilitando el
entendimiento, la comprensión y la empatía para con nuestra
conducta. Es vital cambiar el foco de la comunicación de lo que hace
o dice la otra persona a la emoción que nos hace sentir,
desculpabilizando y no juzgando los actos de los demás en función
de las emociones que nosotros sentimos al respecto (por ejemplo, nos
sentimos enfadados por algo que ha dicho alguien y le transmitimos
que aquello que ha dicho nos hace sentir mal, cambiando el foco de lo
que ha dicho a lo que sentimos, evitando que pueda sentirse culpable
de nuestras emociones).
El
cuarto paso para la gestión eficaz de las emociones consiste
básicamente en aceptarnos como personas “sintientes”,
esto es, que sentir emociones es natural y que no es malo en sí
mismo, todo lo contrario: es extraordinario y fabuloso poder percibir
la magnitud de las emociones en todo su esplendor (tanto las
positivas como negativas porque todas tienen un sentido adaptativo),
pero sin dejar que sean prioritarias a la hora de comportarnos,
equilibrando nuestro cerebro emocional con nuestro cerebro racional.
Al respecto cabe destacar que las emociones se generan al
activarse una serie de núcleos cerebrales que facilitan la
liberación de unas sustancias en nuestros circuitos neuronales, y
que esas sustancias tienen un tiempo de actuación limitado:
ninguna emoción se mantiene eternamente, sino que va perdiendo
intensidad y se minimiza o desaparece en un período de tiempo
definido. Por ello sentir emociones de una manera natural permite que
podamos dejar que fluyan sabiendo que en algún momento cercano se
reducirán a su mínima expresión o se apagarán.
El
paso final, o quinto paso, consiste en actuar en consecuencia a la
valencia de la emoción y de nuestros objetivos: si se trata de
una emoción negativa la dejo fluir, dejando que se minimice
de una manera natural y defino mi comportamiento no solo por la
emoción, sino también por el razonamiento subyacente sobre ella
(porque la sentimos) buscando soluciones y equilibrando nuestro yo
sintiente con nuestro yo pensante. Si se trata de una emoción
positiva, la pauta más eficaz es maximizarla y
permitirnos disfrutarla con magnificiencia, y actuar (al igual
que en el caso anterior) de una manera equilibrada entre lo que
sentimos y lo que pensamos que nos acerca a nuestros objetivos.
En la medida de lo posible siempre hay que compartir nuestras
emociones con los demás para facilitar una relación agradable y
que nos acerque a nuestro objetivo más importante: SER FELICES.
Siempre
se agradece que si te ha gustado el vídeo nos des un “me
gusta”, nos dejes un mensaje o te suscribas a nuestro canal.
De esta manera ayudas que lleguemos a más personas.
Las
emociones las sentimos
constantemente, sin embargo nadie nos ha explicado en qué consisten
o cómo nos afectan, información que nos ayudaría sobremanera a
aprender a gestionar nuestras propias emociones.
La
palabra emoción significa “hacer mover”, y está
muy relacionada con la motivación (“mover hacia”).
Quizá este significado es más obvio ya que cuando algo nos agrada,
gusta o interesa nos genera una cierta inquietud para ”movernos
hacia” eso (nos motiva).
El
concepto de emoción es un poco más complejo debido a sus
connotaciones históricas: cuando éramos seres primitivos
nuestro cerebro era mucho más pequeño de lo que es ahora, y dos de
sus estructuras principales eran la amígdala y el hipotálamo,
que son los centros donde se generan las emociones. La función de
las emociones en ese momento era muy relevante y consistía en la
supervivencia: cuando uno de nuestros antepasados sentía una
emoción intensa (por ejemplo, el miedo) ante un estímulo que le
generaba incertidumbre o malestar se activaban estos núcleos
cerebrales y conectaban con la parte de acción de nuestro
cerebro iniciando una secuencia conductual de huida o ataque, que
favorecía su supervivencia (por ejemplo, si se trataba de un animal,
huyendo o atancándolo se aseguraba de sobrevivir).
A lo
largo de los años de evolución del ser humano nuestro
cerebro ha crecido, especialmente en las áreas frontal y
prefrontal, que son las encargadas de nuestro pensamientoracional. Sin embargo seguimos manteniendo los mismos núcleos
emocional que se activan e inician comportamiento de huida/ataque
(miedo), aproximación (amor) o distanciamiento (asco) en función
del tipo de emoción y la intensidad sentidos. En la actualidad,
en nuestra sociedad, las emociones ante situaciones de peligro
real mantienen esa función antigua de supervivencia, pero no tienen
el mismo sentido en nuestro día a día, en el que no es funcional
ni adaptativo responder a los estímulos con los comportamientos
primitivos que provocan. Esto es fácil de identificar en
situaciones de condicionamiento emocional, por las que ante una
situación en la que hemos sentido una emoción intensa nos sentimos
impelidos a actuar de manera impulsiva por la emoción que nos ha
generado, incluso aunque nos suponga una pérdida de oportunidades o
de bienestar. Un ejemplo de emoción negativa intensa que nos puede
generar este tipo de respuesta es el miedo a un objeto o situación
(llegando incluso a desarrollar patologías como las fobias), y un
ejemplo de emoción positiva intensa es el amor (llegando incluso a
padecer situaciones perjudiciales para uno mismo por sentirse
enamorado de otra persona y desear por encima del propio bienestar el
bienestar del otro). Todo ello limita nuestras vidas aunque nuestras
vidas no dependan de ello (ya no sobrevivimos por huir de algo que
nos genera miedo, o por cumplir todos los deseos de una persona que
amamos).
Las
emociones son comunes a toda la humanidad y los estudios
científicos muestran que las emociones básicas nos afectan a todos
en función de su intensidad y su valencia
(positiva/negativa). El hecho de desconocer su funcionamiento nos
lleva habitualmente a actuar de manera impulsiva sin tener en
cuenta las consecuencias, lo que puede llegar a perjudicarnos.
El
simple hecho de saber que las emociones existen, poder ponerles
nombres e identificar en que situaciones, con que personas o que
circunstancias se activan nos ayuda a decidir que deseamos hacer con
nuestra conducta.
Esto
no significa que no tengamos que sentir las emociones, sino todo lo
contrario: es maravilloso sentir emociones y dejarlas fluir, ya
que es lo que nos define como personas, pero podemos delimitar el
alcance que tiene sentir emociones en nuestro comportamiento y
nuestras conductas, de manera que seamos consecuentes con nosotros
mismos y eficaces con nuestros objetivos.
El
ejercicio adecuado para iniciar el trabajo de gestión emocional
consiste en iniciar una observación (a ser posible
sistematizada en forma de registro) para aprender a conocernos a
nosotros mismos respecto a nuestras emociones. Un registro que
puede ayudarnos en este proceso puede incluir las situaciones en las
que hemos sentido emociones intensas, día y hora, lugar, personas
que nos acompañaban, nombre de la emoción sentida, intensidad de la
misma (por ejemplo de 0 a 10) y las consecuencias que ha tenido
sentir esa emoción o que hemos hecho al respecto (cual ha sido
nuestra respuesta cognitiva y/o conductual a esa emoción).
Siempre
se agradece que si te ha gustado el vídeo nos des un “me
gusta”, nos dejes un mensaje o te suscribas a nuestro canal.
De esta manera ayudas que lleguemos a más personas.
En
este vídeo vamos a puntualizar algunos aspectos sobre la gestión
de problemas ajenos en los que nos sentimos con la necesidad u
obligación de involucrarnos.
En
primer lugar cabe señalar que la libertad de expresión es un
derecho inalienable por el que todos somos completamente libres de
opinar lo que queramos, sobre lo que queramos y cuando queramos. Sin
embargo cuando hay un conflicto entre dos o más personas (del
que no formamos parte) y expresamos nuestra opinión (de
manera bienintencionada, por supuesto) sin considerar las
consecuencias que este acto pueda tener, estamos participando en
el problema, incluso provocando que se magnifique o incluso
empeore.
Esto
es fácil que suceda dado que al expresar opiniones sin sentirnos
responsables de éstas o sus consecuencias afectamos a las
relaciones entre otras personas o entre esas otras personas con
nosotros mismos. No deberíamos perder nunca de vista el hecho de una
relación entre dos personas es única y diferente de la que pueden
tener esas personas con otra. Por ejemplo, mi relación con mi
hermana es única, mi relación con mi madre es única, y la relación
entre ellas es única y diferente a las anteriores. Esto es
extrapolable a cualquier relación: por ejemplo con unos amigos,
parejas, compañeros de trabajo, etc.
Si se
presenta un conflicto entre dos personas con las que tenemos relación
debemos respetar que ese conflicto es entre ellas, y aún conociendo
a ambas, son esas personas las que deben resolverlo sin que
interferamos con nuestra propia opinión. Nuestro comportamiento
debería limitarse a mostrar apoyo y escucha para evitar
perjudicar a esas personas o su relación con nosotros.
En
muchas ocasiones seguro que te has encontrado en situaciones
(normalmente muy incómodas) en las que dos personas cercanas
presentan un conflicto y te lo plantean por separado, y en el momento
que opinas has pasado a formar parte del problema, ya que tu opinión
puede utilizarse para generar más controversia, o se puede malenter
o tergiversar por alguna de las partes.
De la
misma manera si uno tiene un conflicto con otra persona no
deberíamos buscar la opinión de terceras personas,
principalmente porque su opinión estará hecha desde su perspectiva
y (aunque sea con una buena intención) puede ser una opinión que
nos influya a tomar decisiones o actuar de una manera que puede no
beneficiarnos porque no es la que está elaborada desde el “Yo”.
Además no perdamos de vista que cada vez que una información pasa
de una persona a otra se genera el efecto “teléfono roto”,
por el que la información se va reelaborando (insisto, de una manera
inconsciente y no malintencionada) que puede llevar a que a la otra
persona con la que se tiene el conflicto le lleguen unas impresiones,
informaciones e intenciones totalmente diferentes a las que uno ha
manifestado, sobredimensionando el problema y reduciendo las
probabilidades de resolución. La pauta más adecuada es que si
tienes un problema lo hables directamente con esa persona, evitando
los intermediarios y las reinterpretaciones y los errores inherentes
al propio proceso comunicativo.
Como
conclusión podemos afirmar que la manera más eficaz de resolver
problemas es que cada uno es responsable y resuelve los suyos en
comunicación directa con las personas implicadas, evitando las
interferencias y los malentendidos. De esta manera la comunicación
es lo más eficiente, sincera y directa, centrada en la resolución
del problema y no en dar bombo al propio problema y pudiendo
perjudicar a la relación entre otras personas o entre nosotros y
esas personas.
Finalmente, el tener la oportunidad de resolver nuestros propios problemas con las personas implicadas, y dar la oportunidad a los demás de aprender a resolver sus problemas con otras personas sin que intervengamos, facilita que nos sintamos mejor con nosotros mismos y con las personas que nos rodean, acercándonos un poquito más al gran objetivo de nuestras vidas: SER FELICES.
Siempre
se agradece que si te ha gustado el vídeo nos des un “me
gusta”, nos dejes un mensaje o te suscribas a nuestro canal.
De esta manera ayudas que lleguemos a más personas.